SOBRE ANCESTROS Y KARMAS – (PARTE 2). FELIPE Y ENRIQUETA

Por Mauro Baptista Vedia.

“Mirá Mauro, mirá, voy a firmar, guacho, y me sale el Vedia. Quiero firmar Ariel Baptista y me sale ABVedia. ¡Que lo parió! Dejame probar de nuevo… ¡viste! ¡ABVedia! parece que el Vedia se escribe solo, guacho, ¡que lo parió!

(Mi viejo, en algún lugar entre Barcelona y Montevideo, seguramente en el medio de una conversación sobre cine o fútbol).

¿Que peso tienen nuestros antepasados en nuestra existencia?  Me refiero específicamente a bisabuelos, tatarabuelos, choznos y todavía otros ancestros más lejanos. En el texto anterior, primera parte de “Sobre Ancestros y Karmas”, relaté algunos episodios de mi familia hasta llegar a la figura, aun enigmática y desconocida, de mi tatarabuelo, por vía paterna, Felipe Baptista. Hoy les contaré algo más de Felipe e introduciré un nuevo personaje en esta genealogía: mi tatarabuela, Enriqueta de Vedia Pérez, esposa de Felipe. Yo viví décadas sin saber nada de Felipe y Enriqueta, tatarabuelos paternos; tal vez yo recordase algo el nombre de Felipe en aquel diploma de la batalla de Monte Caseros, donde se lo condecoraba por sus servicios prestados en la derrota de Juan Manuel de Rosas; de Enriqueta de Vedia, su simple nombre y apellido fue una sorpresa.Felipe dejó un álbum de fotos del siglo XIX, retratos realizados a civiles y militares entre 1860 y 1867. Las fotos, presentaban varios enigmas que requerían la ayuda de un especialista. Yo depositaba la esperanza de que alguno de esos retratados pudiera ser mi tatarabuelo.

Who are these guys?”, recuerdo la frase de Butch Cassidy y Sundance Kid, en la escena en que Paul Newman (Butch) y Robert Redford (Sundance Kid) cuando observan con binoculares la patrulla de jinetes que los persigue. ¿Quienes eran esos hombres y mujeres de las fotos del álbum de mi tatarabuelo? En el reverso de la foto de Francisco Borges, el abuelo de Jorge Luis, había unas anotaciones a mano que, por el nivel de detalles históricos podrían haber sido de mi tatarabuelo. “Segundo jefe de Batallón de Linea… Coronel Francisco Borges, herido el 24 de Mayo y el 17 de Julio en la toma de la batería Boquerón”.

El budismo postula que los antepasados condicionan la vida de los vivos. En una de las vertientes del budismo, cada practicante construye un pequeño altar en su casa, escribe los apellidos de sus ancestros en un soporte de madera, y en un cuaderno (que eventualmente se llama registro de los nombres póstumos), anota los nombres completos de varios de sus ancestros y la fecha de su defunción. Para esta práctica budista, lo más importante es la fecha de la muerte y no la fecha del nacimiento. Recuerdo la sorpresa que tuve el día que, revisando el legajo militar del hijo de Felpe, mi bisabuelo Baptista Vedia, percibí que había fallecido el 20 de Noviembre de 1940, el día de mi cumpleaños, algunas décadas antes de yo nacer. Tuve un insigth: miré el calendario, era 6 de octubre;  José Felipe había nacido el mismo día, un 6 de Octubre, en 1866. ¿Sería una coincidencia significativa, en el sentido de Jung, o una señal en el árbol genealógico?

La genealogía tradicional también asegura que los antepasados y sus trazos de carácter, el tal “linaje”, determinan nuestra forma de ser y estar en el mundo. En occidente, la genealogía se transformó, después de los años sesenta, en algo del pasado, sinónimo de clasista y de reaccionario. En esta versión popular, la genealogía sería una forma de fundamentar como existirían en la sociedad “buenas familias”, una elite educada y culta, en contraste con una masa de individuos, bárbara y sin educación. Los invito a pensar aquí la genealogía sin este componente clasista conservador. No olvidemos que, hasta comienzos del siglo XX, la vida de la inmensa mayoría de la población era muy dura, terrible materialmente, y que la cultura, el ocio, era privilegio de una minoría.

Para la genealogía, nuestros antepasados nos proporcionan trazos de carácter, tipos de personalidad, talentos, capacidades, defectos. El tronco familiar, los antepasados y los orígenes en común generan el sentimiento de pertenencia una familia. Eso explicaría  las anécdotas de familiares que, separados durante décadas, se encuentran por primera vez y en cuestión de minutos se sienten entre los suyos. “Te estábamos esperando”, le dijo una tía napolitana a una amiga, cuando conoció a la familia de su padre en Nápoles, cuarenta años después que su padre dejara Italia para ir a Brasil. La influencia del árbol genealógico relativiza el papel determinante que se acostumbra dar a los padres hoy día en relación a la vida de sus hijos. Abuelos, tíos, tíos-abuelos, hermanos, primos hermanos, primos; bisabuelos, tatarabuelos, choznos; todos son importantes para la genealogía.

No quiero con esto ignorar la importancia capital que tienen los padres; apenas relativizarla. Desde, por lo menos, los años sesenta hasta nuestros días, se les ha adjudicado a los padres un peso enorme en la crianza de los niños y en su destino posterior como seres humanos. Por supuesto que los padres (la madre más que el padre) son centrales en el desarrollo de los infantes. Un niño es una hoja en blanco, un pozo de sensibilidad, un ser frágil, inocente y permeable a todos los estímulos. Los padres presentan el mundo a sus hijos según su punto de vista: establecen valores, reglas, desafíos, recompensas, castigos; la lista de tareas y funciones es interminable, y es, para los padres contemporáneos, frecuentemente abrumadora. Pero ¿tendrán de verdad tanto peso los progenitores sobre la vida y el destino de sus hijos? No habrá esta civilización occidental, dominada por los medios de comunicación, sobredimensionado el peso de madres y padres, criticado en demasía su papel represor y castrador, al punto que hoy en día muchos no quieren realmente ser padres, sino amigos de sus hijos. ¿Quién en nuestra sociedad occidental actual de la eterna adolescencia y de la victimización, está dispuesto a mostrar caminos y establecer límites, a enseñar las reglas,  a subrayar derechos y deberes? ¿Quién está dispuesto, como dice un gran amigo mío, a dar línea, evocando su pasado de militancia trotskista? ¿Por qué razón la importancia de la gran familia, aquel núcleo tan importante para quien fue niño hasta los años ochenta (tíos, abuelos, hermanos, primos), es tan subestimada? ¿No se enfatizará apenas la influencia de los padres porque son ellos quienes toman las decisiones financieras de consumo? Una hipótesis que barajo es que padres aislados de su entorno familiar, seres que desconocen su familia y sus antepasados, que no saben de donde vienen y a donde van, son mucho más manipulables por los medios de comunicación de masa y el capital financiero. En ese sentido, el respeto a los mayores y a la tradición, todavía hoy presentes en Oriente, el conocimiento de la Historia y de nuestra historia familiar, van contra el desarraigo y la insatisfacción permanente que crea la sociedad de consumo. Ha llegado la hora de ampliar el concepto de familia y de profundizar en el estudio de historia y de la genealogía; de entender la historia de las naciones y pueblos e investigar las historias de las familias, de los individuos.

Metagenealogía es el vocablo que el cineasta, teatrero y escritor de origen chileno, Alejandro Jodorovsky, creó, con Marianne Costa, para estudiar los comportamientos inconscientes que se transmiten de generación en generación. En el libro llamado precisamente Metagenealogía, Marianne y Alejandro recurren a la psicología de Jung, al tarot de Marsella, a la experiencia del mismo Jodorovsky como arte terapeuta con su anterior en el tiempo y más conocida Psicomagia,  y a otras tantas investigaciones sicoterapéuticas, para profundizar en el estudio de los árboles genealógicos con el objetivo de dotar al ser humano de más libertad y consciencia. Jodorovsky y Costa reivindican que es importante conocer todo el árbol hasta por lo menos los bisabuelos: nombres completos de las personas, nacimientos, muertes, casamientos, separaciones, relaciones afectivas y sexuales, talentos, traumas, secretos, obsesiones, capacidades, dificultades.

Yo participé, hace unos pocos años en Sao Paulo, de un taller de dos días con un discípulo de Jodorovsky, el francés Christophe Carroza, que contaba en su currículo haber sido durante años asistente de Jodorovsky en Paris en sus sesiones gratuitas del Tarot. Cuando llegué al lugar, en el centro de Sao Paulo, sede de un grupo de teatro, constaté horrorizado, que el taller era grupal y que consistía en una sesión cara a cara con el francés de unas dos horas, donde, delante de todo el grupo (unas 10 personas), se analizaría el árbol genealógico, problemas y traumas. Jamás había hecho algo grupal de ese tipo. El método consistía básicamente en sacar 3 a 5 cartas de tarot, decir el nombre de padres, abuelos y si fuese posible, bisabuelos, y responder a cuestionamientos que Carroza colocaba, mientras diseñaba en una cartulina el árbol genealógico. Aterrado de que el tarotista me dijese algo que cuestionase seriamente mi identidad, como por ejemplo, que yo en realidad era hincha de Nacional y no de Peñarol (posiblemente los años de exilio y las lecturas de Methol Ferré han producido ese conflicto en mí), cuál fue mi sorpresa al comprobar que, sólo con las cartas y los nombres mencionados, el francés parecía saber más sobre mi y sobre mi familia que yo. “Esto funciona”, pensé. “No sé exactamente como, pero eso no importa, lo importante es que funciona’. Mi única decepción con la jornada fue observar que al narrar algunos episodios tristes de mi familia, mis colegas de taller se reían a las carcajadas; espero yo, por la forma como los contaba y no por los acontecimientos.

¿Basta con conocer nuestro árbol genealógico para superar nuestros miedos y traumas? Esta pregunta vale para todo tipo de terapia o practica espiritual. ¿Es el solo conocimiento suficiente? La respuesta es no. Debemos siempre realizar actos simbólicos e introducir nuevos hábitos para efectivamente lograr más consciencia y libertad. Hice por lo tanto, algunos actos psicomágicos; otros más radicales, confieso aquí, no me animé a hacerlos.  “No basta con comprender el porqué de un conflicto. Hay que actuarlo, darle una salida a la pulsión, al comportamiento repetitivo que nos dificulta la existencia”, dice Cristobal Jodorovsky, hijo de Alejandro, en el sitio plano sin fin.

Hay que salir de la racionalización y hacer cosas concretas, físicas,  materiales, que ejemplifiquen y solidifiquen los pequeños avances de consciencia.  Jordan B. Peterson subraya, en una clase en Youtube, que para Jung, la práctica diaria de Dios consistía simplemente en despertarse, mirar a nuestro alrededor y pensar en cosas concretas que mejorarían nuestra vida en ese determinado momento. Hacer todo lo que postergamos: ordenar, limpiar, arreglar; decidir, en resumen, hacer lo que hay que hacer, sin postergar.

Montevideo, Julio de 2018.

-“Mauro, vamos a un bar en 18 de Julio que mi amigo Alberto sabe mucho de fotografía e historia del siglo XIX y seguramente tiene mucho para decir,” me dijo mi amigo Enrique.

Nos encontramos en un bar en 18 de Julio, clásico, una especie montevideana en extinción, aquellos bares que sirven sándwiches calientes, fainá y pizza muzarella, con mozos varones vestidos de blanco, no menores de sesenta años, en suma, un lugar antiguo y gris que quien vive afuera del Uruguay hace décadas valora como un oasis en el desierto.

-“Estas fotos son lo que se llamaban en la época, cartas de visita, la gente las sacaba, y las entregaba a sus amigos y allegados, como una atención, por eso algunas están dedicadas en el reverso, a tu tatarabuelo. Este es el general Benjamín Calvete, este es Melchor Pacheco y Obes… el general Emílio Conesa, este es el coronel Julio de Vedia”

-“de Vedia? Debe tener algún parentesco.”

-“Seguramente. Julio de Vedia llegó, años después, a general. Fue gobernador en el Chaco.”

-“Y alguno de esta foto es mi tatarabuelo?”

-“No sabría decirlo. Llama la atención que hay muchos militares argentinos, todos unitarios, allegados a Mitre. Este oficial por ejemplo no sé quién es, pero es argentino.”

-“Está mucho mejor vestido”, agrega Enrique.

Risas.

-“Tiene algo de Ruggieri, el zaguero”, agrego, sin saber lo que decir.

-“A los militares, con algo de tiempo, los puedo identificar a casi todos. A los civiles, hombres y mujeres, a esos no. A no ser que esté escrito quién es en el reverso de la foto.”

-“Así yo también.”

-“Salvo algunos muy conocidos. Como este: es Bartolomé Mitre, joven.”

-“Que facha”, agrega Enrique.

-“Tiene algo del general Rondeau, no?”, comenta Alberto

“O sea que sigo sin conocer como era mi tatarabuelo, físicamente”, concluyo.

-“Mauro, dame un mes máximo, veo que descubro y si hay una foto o un retrato de Felipe.”

-“Te parece que uno de estos civiles sea mi tatarabuelo?”

-“No sé. Tu tatarabuelo Felipe debía tener fotos suyas que daba a amigos como carta de visita. Algunas de esas fotos deben estar en algún álbum.  Tenés algún otro documento?”

-“No, el álbum y el diploma de Monte Caseros, nada más.”

-“Voy a investigar quien era Felipe Baptista. Hago unos contactos en Argentina”

-“La veo muy difícil.”

– “La esperanza nunca se pierde…”

Me fui casa pensando en las fotos del álbum. Hice un té de camomila y miré detenidamente cada foto, una por una, frente y verso.

“¿Quienes son esos tipos?”, me decía.

Me fui a dormir pensando en la primera vez que vi Buch Cassidy,  una noche, en el cine Parque del Plata, con mis abuelos.

Meses después, de vuelta en Sao Paulo, recibo un email de Alberto del Pino, acompañado de un archivo Word que contiene información sobre la vida de Felipe Baptista, mi tatarabuelo, el ancestro fantasma de mi familia, aquel que el tiempo ha sepultado en el olvido. Transcribo, caros lectores, casi textualmente, el archivo con las informaciones que el entonces ya amigo, Alberto, había logrado rescatar, sobre mi tatarabuelo… y mi tatarabuela.

“Hola Mauro, sigue lo que logré descubrir sobre tu tatarabuelo. La mayoría de estos datos son del archivo del ejército argentino y de su partida de matrimonio. ¡Esos son tus ancestros!”

Datos sobre el Teniente Coronel Felipe Baptista

Nombre completo: José Felipe Baptista Pérez.

Nacimiento, hacia 1834, en el Estado Oriental del Uruguay

Padre: José Denis Baptista 

Madre: Ana Pérez

Esposa: Enriqueta de Vedia y Pérez.

Padres de Enriqueta de Vedia y Pérez.  

Padre: Teniente Coronel de Artillería Joaquín Felipe Olalla de Vedia y Pérez, nacido el 13 de febrero de 1807, en la estancia de Carreta Quemada (San José, Banda Oriental), donde su madre se refugió durante las invasiones inglesas. Joaquín Felipe murió el 6 de diciembre de 1842, en la Batalla de Arroyo Grande, Argentina. (Existe un folleto dedicado a Joaquín Felipe, hay que localizarlo).

Madre: La prima hermana de Joaquín Felipe, Magdalena Pérez Calatayud, hija de Vicente Pérez Pagola y Juana Calatayud. Joaquín y Magdalena tuvieron 7 hijos, los bautismos de 4 de ellos se registraron en Montevideo: fueron 4 varones y 3 mujeres (Enriqueta una de ellas)

Servicios militares en Uruguay de Jose Felipe Baptista Pérez:

Felipe Baptista participó en el Sitio de Montevideo, formando parte de la artillería al mando de Mariano de Vedia. Con ese escuadrón, siendo Alférez de Artillería, Baptista participa en la batalla de Monte Caseros el 3 de febrero de 1852, obteniendo la medalla de plata otorgada por esa actuación.

En noviembre de 1854, Felipe participa junto a su comandante Julio de Vedia, y todos los oficiales y la tropa del Escuadrón de Artillería Ligera que estaba en Montevideo, en la revolución conservadora contra el gobierno de Venancio Flores. Es dado de baja y los revolucionaros se van al exilio a Buenos Aires. 

Servicios en Argentina:

Según datos extractados de la obra del Cnel. Figueroa, Felipe Baptista ingresó al servicio militar argentino como Capitán en el año 1853. Según el coronel Benito Nazar, entró al servicio militar en 1859. 

En 1861, Baptista pasó a la Artillerá de Línea comandada por Julio de Vedia; estuvo poco tiempo. Luego fue a campaña en la Frontera Oeste bajo el mando del coronel Ignacio Rivas, interviniendo en varios combates. Allí Felipe ascendió a Sargento Mayor.

Casamiento: Felipe Baptista Se casó en Buenos Aires a los 30 años con Enriqueta de Vedia, de 28 años, hija de Joaquín de Vedia y de Magdalena Pérez. La partida matrimonial de Felipe y de Enriqueta se halla en el legajo militar, certificada por el canónigo O´Gorman (hermano de la famosa y desgraciada Camila). La partida matrimonial no ofrece otros datos más que los testigos: Julio de Vedia, tío de Enriqueta, y Magdalena Pérez, madre de la desposada.

A mediados del año 1863, el Jefe del Batallón 9 de Infantería de Línea, mayor Benjamín Calvete (otro uruguayo del cual vos tenés una fotografía en tu álbum de carte-de-visite), propone al de igual jerarquía Felipe Baptista para ocupar la plaza vacante de 2do. Jefe del Batallón, “en atención a que reúne las condiciones que las Ordenanzas de Ejército prescriben para dicho empleo”.

Por lo tanto, en esa fecha, tu tatarabuelo Felipe, que fue oficial de artillería de Caseros, era ya oficial de infantería.

Guerra del Paraguay: en el año 1866, Felipe participó “incidentalmente” en el combate del 2 de Mayo de 1866 (Estero Bellaco), como ayudante de campo del General en Jefe y Presidente de la República, el General Bartolomé Mitre, tío político de Enriqueta. Mitre se había casado a los veinte años con Delfina de Vedia y Pérez, hermana de Joaquín Felipe Olalla de Vedia y de Julio de  Vedia.  

En 1867, Felipe Baptista marchó al Interior, posiblemente a sofocar la rebelión de Cuyo en Argentina, bajo las órdenes del Gral. Wenceslao Paunero, gran amigo de Mitre. Baptista peleó en el combate de San Ignacio “y en otros varios combates” en que se distinguió, como jefe del Regimiento 5º de Caballería de Línez.

José Felipe Baptista Pérez murió de cólera el 6 de enero de 1868, siendo Teniente Coronel de Caballería, jefe del Regimiento 5º de Caballería de Línea, hallándose en La Paz, Provincia de Mendoza.  Lo reemplazó otro uruguayo, el teniente coronel Pablo Irrazábal, esbirro de Sarmiento, asesino del famoso caudillo regional Chacho Peñaloza, por lo que se amotinó el regimiento como protesta.  El teniente coronel José Felipe Baptista Pérez, conocido como Felipe Baptista, tenía entre 33 y 34 años.

Igreja das Almas, Liberdade, São Paulo

Termino de escribir estas líneas y necesito levantarme, ver el sol, respirar hondo. Demoro más de una hora en volver a escribir.

Jorge Luis Borges le escribió un poema a su abuelo Francisco Borges. Yo no sé escribir poemas, pero intentaré aquí, dedicarle algunas líneas de ficción poética a Felipe Baptista.

Veo a Felipe caminando sólo, en la Pampa, con dolor en el pie derecho, como yo siento ahora, por una herida que le hizo una amigo en un entrenamiento de sable. Lo imagino levantando los brazos al cielo, y sintiendo las heridas en ambos hombros, en el izquierdo de una flecha, en el derecho, un raspón de una bala, en lugares semejantes donde yo tengo calcificaciones. Descubro a Felipe armando un cigarro de tabaco, sentándose en una piedra en una montaña en Salta, aspirando mucho humo, ansioso como su bisnieto Ariel. Lo veo como si fuera hoy recorriendo el campamento, saludando a muchos amigos, muy sociable y con “don de gentes”, como los nietos que nunca conoció, José Felipe, “el general”, y Ariel, el teniente coronel de reserva, mi abuelo, maestro de escuela.

Una noche de 1863, en la provincia de San Juan, veo un grupo de oficiales uruguayos, entre ellos Pablo Irrazábal, acercarse a Felipe Baptista y proponerle un trato. Sabiendo de la proximidad y del parentesco de Felipe con Mitre, le plantean unirse en una expedición para asesinar al caudillo regional Chacho Peñaloza, al mando del gobernador Domingo Sarmiento. Felipe responde que si se enfrenta al Chacho en un campo de batalla, le cortaría la cabeza en un segundo, pero que jamás aceptaría asesinarlo. Irrazábal y el otro oficial, el también uruguayo Ambrosio Sandes, argumentan que Mitre piensa igual que Sarmiento.

“Piensan parecido, no igual,” responde Felipe.

En aquellos tiempos, mi tatarabuelo no podría saber que décadas después biografías “mitristas” como la de Jorge Newton Mitre; una vida al servicio de la libertad, serían enfáticas en la condena del asesinato del Chacho Peñaloza.

-“Baptista, el general Rivas dió la orden. Rivas y el gobernador Sarmiento, que será seguramente el próximo presidente de la Argentina. Usted no puede apostar sólo a Mitre,” dice Irrazábal.

-Yo no apuesto, pienso como Mitre, Disculpen señores, pero estaré obligado a informar esta propuesta al presidente”, responde Felipe

-“Baptista, yo de usted no lo haría.”, dice Irrazábal, con una sonrisa cínica.

-“Usted pretende amenazarme a mí?  Usted sabe quién soy yo? A mí no me importa nada.”

Mi tararabuelo proyectaba, en esas oraciones, la respuesta que uno de sus bisnietos daría a un jefe, una tarde lluviosa en Montevideo, más de cien años después.

-“Baptista, se lo avisamos. Somos del mismo bando pero…”

-“Que van a hacer? Matarme? Todo el mundo muere algún día.”

Baptista se dio media vuelta y se fue; así terminó la conversación con los asesinos del Cacho Irrazábal. El oficial Felipe Baptista tampoco podría adivinar que estaba citando literalmente el diálogo final de una de las películas favoritas de su tataranieto Ariel, La fuerza del mal (Force of Evil, 1948), cuando el boxeador, interpretado por John Garfield, amenazado de muerte, decide seguir su destino.

Las informaciones sobre mi tatarabuelo Felipe son objetivas y documentadas; Felipe permanece como personaje épico e imagino sus trazos de carácter y personalidad por cómo ha sobrevivido en sus descendientes.

Un viaje detectivesco a Buenos Aires me sorprendió con datos más íntimos y por eso mismo, más subjetivos y líricos de Enriqueta de Vedia, su mujer, madre de José Felipe. Después de tantas batallas, guerras y asesinatos, me parece bien que Enriqueta termine este artículo.

El 15 de Enero de 1874, Enriqueta le escribía, desde Montevideo, a su tía Delfina que vivía en Buenos Aires.

Querida tia,

Recibí una carta de usted y una ordencita. Diré a usted que estaba tan necesitada que no sé cómo darle a usted las gracias por tanto favor. Con una larga cuenta en el médico que todos los sábados me la mandaba ya estaba dispuesta de disponer de una sortija (“sortigua”), único recuerdo de mi pobre…. Aquí toda la familia está bien en la Natividad (…) Julia me dice diga a usted que tenga la bondad de mandarle un retrato de Emílio y otro de Adolfito. Y usted ordena a su sobrino que le desea toda felicidad.

Enriqueta V. de Baptista.

Termino de escribir el artículo y me voy urgente a la Igreja de las Almas, en Liberdade, centro de San Pablo, a prender una vela de siete días y a ofrecérsela a mis ancestros. Tengo miedo de que sigan rompiendo objetos en mi casa.

Publicado originalmente na Revista Extramuros, em janeiro de 2021. As imagens ilustradas foram reproduzidas da mesma fonte.