Inconstancia y metamorfosis brasileña

Por Mauro Baptista Vedia.

Prefiro ser essa metamorfose ambulante
Eu prefiro ser essa metamorfose ambulante
Do que ter aquela velha opinião formada sobre tudo
Do que ter aquela velha opinião formada sobre tudo
Eu quero dizer agora o oposto do que eu disse antes
Eu prefiro ser essa metamorfose ambulante
Do que ter aquela velha opinião formada sobre tudo
Do que ter aquela velha opinião formada sobre tudo”
Raul Seixas, 1973.

La canción de Raul Seixas, Metamorfosis ambulante, sigue con una frase que define lo que voy  abordar en este ensayo: “sobre que eu nem sei quem sou”, que traduzco como “Sobre que yo no sé quién soy”.

Seixas habla de su ser mutante, de su personalidad líquida, años antes de que Bauman fuera popular. Reflexionemos sobre la frase “Yo no sé quien soy” y la letra del cantante bahiano, artista extraordinario que murió a fines de los ochenta. Esta canción de Seixas, esencial para entender Brasil, siempre fue analizada desde el punto de vista de la contracultura, del “desbunde” (despelote, traducción mía) de los años setenta y hasta del envolvimiento de Raul y Paulo Coelho con la magia, en particular con Aleister Crowley y la religión Thelema. Me parecen buenos enfoques, con los cuales Seixas podría estar de acuerdo, si estuviese vivo. Hay, sin embargo, una enorme influencia, subterránea y evasiva, muy difícil de entender con nuestro concepto tradicional de cultura. Me refiero a la influencia de la cultura de los pueblos indígenas brasileños. Influencia cultural,  social y espiritual que está en el aire y en la sangre y los genes del pueblo brasileño, de colonización portuguesa, mezclado por excelencia. Llamemos provisoriamente a esa presencia subterránea de flexibilidad, de falta de definición y concretización, de sincretismo.

Creo que hay en Brasil algo único y especial, que tiene una contribución cultural y social importante para el resto de la humanidad.  ¿Qué es aquello que hace a Brasil y al brasileño algo único, con sus luces y sus sombras? Como las sombras están muy presentes en este momento y esta coyuntura histórica, nos ocuparemos del lado luminoso y utópico del proyecto brasileño.

El otro día un amigo paulista me argumentaba que todos los brasileños eran “espiritas”, no en el sentido de la religión espírita, creada por Kardec a fines del siglo XIX,  sino en el sentido de que todos creían que el mundo estaba lleno de espíritus que estaban sueltos por ahí, mezclados con los vivos, imperceptibles, pero presentes. Subrayo que la religión espírita, creada en Francia y hoy prácticamente inexistente en Europa, es un culto que tiene en Brasil millones de seguidores; y es en general, una religión de clase media. Lo que mi amigo destacaba, con sentido del humor, era que todos los brasileños creen en un mundo donde habitan vivos y muertos, no sólo aquellos que profesan la religión espirita, el budismo,  el xamanismo, el umbanda y el candomblé, cuyos dogmas se basan en estas creencias.

Resolví hacer un pequeño test y llamé por teléfono a una amiga, productora de cine y audiovisual.

-“Hola, Laura, cómo estás?

-“Hola Mauro”

-“Estoy escribiendo un artículo para una revista en Uruguay y me acordé de vos.”

-“Por qué?

-“Una vez me comentaste que rezabas todos los días.”

-“¿Y?”

-“Me llamó la atención. Para un uruguayo que no fue ni bautizado, eso es algo excéntrico.”

-“¿En serio?”

-“Sí. Primera pregunta: ¿cuál es tu religión?

-“Católica.”

-“¿Por qué te definís como católica?”

-“Fui bautizada, hice la comunión, creo en Jesús.”

-“Perfecto. ¿Vas a misa?”

-“No. Pero entro en la iglesia de vez en cuando y me bendigo con agua bendita”

-“¿Te interesa lo que dice el Papa?”

-“Este papa sí. Los otros no.”

-“¿Crees en espíritus?”

-“Por supuesto.”

-“O sea, ¿crees que estamos en un mundo rodeado de espíritus?

-“Obvio.”

-“Insisto, ¿tu pensás que hay gente que murió en el pasado y hoy está entre nosotros”?

-“Tengo la total convicción de que es así.”

-“¿Y en la reencarnación? ¿Creés?”

-“Por supuesto.”

-“Explica en qué sentido.

-“Creo que mueres y naces de nuevo en otro cuerpo.”

-“¿En otro ser humano?”

-“Exacto.”

-“¿Y crees en la posibilidad de reencarnar en un animal?”

-“Me parece más difícil, pienso que si haces el bien y tienes una vida más o menos correcta, reencarnas en otro ser.”

-“¿Y crees en los orixás, en las divinidades de la religiones afro-brasileñas? ¿Crees en Iemanjá?

-“Creo. No rezo pensando en los Orixás, pero creo en esa energía.  Cuando rezo, rezo para la virgen Maria. Me gusta también hacer una novena.”

-“Mirá, siento comunicarte, pero siendo mínimamente riguroso, te diría que no sos católica. El catolicismo tiene una serie de principios muy claros. La reencarnación no forma parte del dogma católico,  la resurrección sí; tampoco los orixás, ni creer en espíritus”

-“Ah, no me importa. Yo soy católica.“

-“Si  llevásemos tu ejemplo al Vaticano o hiciéramos una consulta con un teólogo, me darían la razón. Es como, por ejemplo, en el terreno de la política, un comunista declararse fanático de la empresa privada, un batllista elogiar la enseñanza religiosa, o un peronista aplaudir  las intervenciones de los Estados Unidos en América Latina. Yo sé que la política sorprende, pero…”

-“Yo me siento católica. Por lo tanto soy.”

-“Y si mañana tuvieses que participar en una rutina estrictamente católica, tal vez porque un hijo tuyo fuese a hacer la comunión, y un cura o un obispo, te afirmase que o abandonas esas creencias o no puedes considerarte católica?

-“¿Y cómo el cura va saber lo que yo creo de verdad? Le diría todo que sí al padre y chau. Seguiría creyendo igual en los espíritus, en los orixás y en la reencarnación.”

-“Es un tipo de catolicismo muy particular. Es y no es. ”

-“Aquí en Brasil es así.”

-“Un católico tradicional uruguayo o argentino diría que no tenés idea de lo que es el catolicismo.”

-“Convivo con la iglesia desde pequeña. Mi tío, por el lado alemán de mi familia, el hermano de mi madre, fue cura en Santa Catarina durante décadas.”

-“Buena aclaración.”

-“Te dejo que tengo que ir a mi curso de kabbalah. Hasta luego.”

Brasil es un país diferente del resto de América Latina. No sólo por el idioma portugués;  no sólo porque fue Imperio y porque la república llegó apenas a fines del siglo XIX con un golpe militar. Las cosas en Brasil son menos rígidas, menos definidas y exactas, menos firmes. Esto puede ser explicado por algo poco mencionado, no suficientemente estudiado, como es la influencia de los pueblos indígenas, desde tiempos de la conquista.  Cultura y concepción de mundo de los indígenas que, opino, puede estar oculta, sumergida, disfrazada, travestida, porque esa es la característica esencial de esta cultura, el énfasis en la relación con el enemigo, el vínculo con el otro al punto de “comerlo” y ocultarse debajo de su piel.  Subrayo entonces que las particularidades de Brasil no se deben apenas a la influencia africana y de origen esclava de gran parte de la población.  Sin duda que este es un país marcado profundamente por el fenómeno de la esclavitud y también su pasado como nación imperial es algo único en toda América.  Pero la singularidad brasileña no se resume sólo a este pasado imperial y a la influencia africana, manifestada en la música, el umbanda y el candomblé, entre otras cosas. Estados Unidos también tiene una gran parte de la población de origen africano y esclavo, y las diferencias con Brasil son enormes. Tampoco me parece que, enfatizando lo religioso y espiritual, sea el caso de hacer un paralelismo de Brasil con países como Cuba o Haití, donde la santería y el vudú, religiones de origen africano, son también muy fuertes.  El mestizaje, el sincretismo, la antropofagia, son características esenciales de la nación brasileña  que deben muchísimo al factor indígena.  Estudios recientes han demostrado que la población brasileña tiene nada menos que 33 por ciento de genes indígenas. Sin embargo, lo importante aquí es la cultura indígena y su presencia subterránea y sutil en la sociedad brasileña, no su genética.

Me gustaría concentrarme en dos aspectos que están entrelazados, la “inconstancia” y la antropofagia, que se deben, en gran parte, a esta influencia de los pueblos indígenas.  Presencia e influencia indígena que está presente hoy no sólo en el Amazonas, sino en varias partes del territorio brasileño. São Paulo, megalópolis de casi veinte millones de personas, es una ciudad que en sus alrededores tiene tribus indígenas. Cuando yo voy a la playa aquí, en dirección litoral norte, paso también por lugares en la costa donde hay otras tribus indígenas con sus reservas. No hablo de personas de origen indígenas que viven de forma “moderna” y capitalista, sino de comunidades que viven en reservas y preservan su cultura y tradiciones.    Claro que, en general, las tribus más interesantes para nuestra visión se encuentran en el Amazonas, justamente por su alejamiento de la sociedad occidental. Aún hoy en la región del Amazonas, hay tribus indígenas que no han tenido contacto con la civilización occidental. Hasta cuando esto durará, es difícil decirlo.

El gobierno de Bolsonaro practica una política abiertamente homicida en relación a los pueblos indígenas. Es mucho peor que el proyecto del Partido de los Trabajadores con la represa de Belo Monte, obra gigantesca que fue disimuladamente homicida y un enorme crimen ambiental.

A pesar de todas las imperfecciones y críticas que se puedan realizar, Brasil siempre se caracterizó en América Latina por una política avanzada y proteccionista en relación a los pueblos indígenas, mejor que la mayoría de los países de América del Sur.

Los  antropólogos y hermanos Vilas Boas trabajaron durante décadas, con apoyo estatal, adoptando una política de que los indios deberían ser  protegidos, con la mínima interferencia posible. La gran obra de los tres hermanos fue la reserva de Xingú, en los años sesenta, en un proyecto redactado por Darcy Ribeiro. Los hermanos Vilas Boas profundizaron una visión que ya era compartida por el Marechal Rondón, importante militar y explorador brasileño de las regiones de Mato Grosso y Amazonas (hijo de una indígena de la tribu bororó), que trabajó para el gobierno brasileño desde fines del siglo XIX hasta su muerte en 1958. Es importante enfatizar que tanto Rondón tuvo el apoyo de los gobiernos nacionalistas de Getúlio Vargas, como los hermanos Vilas Boas trabajaron en sus políticas de preservación indígena durante la dictadura militar (1964-1985).

El rescate de lo indígena es fundamental para rescatar la singularidad brasileña. Brasil sufre desde los años 90 un fuerte proceso de globalización que lo ha hecho perder su esencia. Como proyecto de nación, Brasil está perdido desde el inicio de los años noventa. A fines de la década del 80, el poder de su economía era comparable con el de China. Desde la presidencia de Fernando Collor de Melo, el país padece una fuerte desindustrialización;  ha quedado rehén del sistema financiero, dominado por cinco bancos. Fernando Henrique Cardoso tuvo éxito al derrotar la hiperinflación, pero quebró parte de la industria nacional, privatizó enormes empresas estatales a bajos precios, mercantilizó la educación superior y aumentó la deuda pública. Los gobiernos del PT reorganizaron el estado, que estaba destrozado, establecieron una política externa independiente y aumentaron el consumo de las clases populares; no obstante, siguieron obedientes al sistema financiero y a la gran prensa y profundizaron la mercantilización de la enseñanza superior, iniciada por Cardoso. El PT estimuló el consumo pero no la ciudadanía, sin mejorar las ciudades, ni el transporte público ni la preservación del medio ambiente.

Hace unos 10 años que tanto la izquierda como la derecha brasileñas copian modelos extranjeros, de forma acrítica. La izquierda brasileña ha absorbido las reclamaciones identitarias provenientes del hemisferio norte como un mantra, olvidando su tradición. Esas concepciones identitarias no piensan en conceptos como clase social, plusvalía, imperialismo, siendo, por lo tanto, muy funcionales y al sistema financiero y a la globalización. El gobierno Bolsonaro,  militarista y parapolicial, tiene elementos fascistas que observo como una parodia del fascismo. Es difícil calificar como fascista a un gobierno que  profesa una admiración infantil por Estados Unidos e Israel y en política económica es a favor de un estado mínimo. De ninguna manera argumento que el gobierno Bolsonaro no sea un pésimo gobierno. Muy al contrario. Hay gobiernos que son peor que el fascismo.

Mi esperanza en relación a Brasil y al momento difícil que padece,  es que en estas tierras nada es tan serio y radical como en otras. Brasil es un país de inconstancia,  de metamorfosis ambulantes. Es un país sin memoria, que olvida el pasado rápidamente. En Brasil, todo es más leve, todo dura menos, nada crea raíces. Aquí todo puede cambiar en pocos años. Decía el jesuita portugués Antonio Vieira, en el siglo XVII, al referirse a la gente que vivía en Brasil.

“Há umas nações naturalmente duras, tenazes e constantes, as quais dificultosamente recebem a fê, deixam os erros de seus antepassados, resistem com as armas (…) cerram-se, teimam, argumentam, replicam, dão grande trabalho até se renderem; mas uma vez rendidas, uma vez que receberam a fé, ficam nela firmes e constantes, como estátuas de mármore; não é necessário trabalhar mais com elas. Há outras nações, pelo contrário – e estas são as do Brasil – que recebem tudo o que lhes ensinam com grande docilidade e facilidade, sem argumentar, sem replicar, sem duvidar, sem resistir; são estátuas de murta, que em levantando a mão e a tesoura e o jardineiro, logo perdem a nova figura, e tornam a bruteza antiga e natural, e a ser mato como dantes eram.”

En un ensayo brillante,  el antropólogo Eduardo Viveiros de Castro argumenta que hay en la cultura indígena brasileña (tanto en aquellos tupis del mil seiscientos como en los awaretes que él estudió), un concepto completamente diferente de cultura del que existe en occidente. En la concepción de cultura indígena brasileña el énfasis está en adoptar al enemigo; se trata de fundirse con él, ocultarse, confundirse al punto de no saber más quién es quién. Viveiros de Castro recuerda que para entender esto, primero tenemos que cambiar radicalmente la forma de pensar el concepto de cultura, pues es de la propia concepción indígena el “comer” al enemigo y confundirse con él, al punto de fundir una identidad en la otra. La gente de aquel Brasil de los siglos XVI y XVII eran desesperadoramente difíciles de convertir al cristianismo, no por falta de comprensión, sino por inconstancia y superficialidad, según los jesuitas. En Brasil la palabra de Dios de los jesuitas era recibida por un oído e ignorada por el otro. El enemigo no era otro dogma, sino una indiferencia al dogma, un rechazo a tener que escoger. Los padres jesuitas se quejaban de la falta de memoria de los pueblos indígenas, de su falta de voluntad para dejar sus antiguas costumbres, entre ellas la poligamia, el canibalismo, las borracheras. ¿Falta de voluntad o no querer hacer opciones? Los indígenas no querían excluir nada, querían siempre sumar. Esta visión de la cultura indígena es tan radicalmente líquida y mutante que es difícil saber hoy hasta qué punto la sociedad brasileña está permeada o no por sus concepciones. El diálogo que tuve con mi amiga sobre el catolicismo me parece sintomático sobre la posible influencia de la cultura indígena en la sociedad contemporánea brasileña.  A los rezos a la Virgen María y a Jesús Cristo, el brasileño suma la reencarnación, los espíritus y los orixás.

Gran parte de los votantes de Bolsonaro en el 2018, sobre todo aquellos de origen más humilde, votaron al PT en la elección del 2014. Claro que siempre hay cierta volatilidad del electorado en todos los países, pero en Brasil es un fenómeno distinto. Este es un país en metamorfosis ambulante,  que piensa siempre en el futuro. Un país que está siempre observándose en relación al otro; de ahí tal vez venga la obsesión brasileña por lo que el primer mundo piensa del país. Brasil es también, sin lugar a dudas, un país sin memoria; por algo el trabalhismo de Getulio Vargas es hoy una pieza de museo, de la cual la gran parte de la población hoy no tiene la menor idea de lo que fue. No es así con el Batllismo en Uruguay ni  con el Peronismo en Argentina.  En Brasil el gran arquitecto Oscar Niemeyer hizo gran parte de su obra siendo financiado por la dictadura militar, sin nunca abandonar su filiación al Partido Comunista, sin dejar de comunicar, abiertamente,  su admiración por el modelo cubano y por Fidel Castro. Este es un país donde la dictadura militar brasileña implantó programas universitarios de pos graduación del altísimo nivel, de Maestría y Doctorado, al mismo tiempo que reprimía y torturaba sus opositores.

Yo conocí la canción Metamorfosis Ambulante en un show de Ney Matogrosso en los años noventa. Vi el show tres veces, siempre con diferentes parientes y amigos uruguayos. El tema de Seixas era “la canción” del show, al lado de Balada do Louco, de Arnaldo Baptista y Rita Lee. En aquella época, alguien en Uruguay me preguntó sobre si Ney Matogrosso era un “artista gay”. A pesar de su evidente estilo andrógino, Ney Matogrosso nunca fue considerado un artista gay en Brasil, apenas un gran artista. Conceptos que separan, reducen y dividen no formaban parte de la identidad cultural brasileña en aquella época. En cierto momento del show, Ney miraba a los espectadores y dejaba claro que esa letra era, de cierta forma, tan suya como de Raul Seixas:

Prefiero ser esa metamorfosis ambulante, / Que tener esa vieja opinión formada sobre todo, / Yo quiero decir ahora lo opuesto de lo que dije antes / Sobre mi que no sé quien soy, / Si hoy soy estrella mañana ya me apagué, / Si hoy te odio, mañana te amo, / Te amo / Te tengo horror / Te hago el amor / Yo soy actor…

Pocas veces vi a un intérprete como Mattogrosso, un cantante que no compone, apropiarse tanto de canciones que no son de su autoría, al punto de absorberlas de tal forma que es resulta imposible escucharlas sin su versión.

Muchos me dirán que la globalización es implacable en un país como Brasil; que la globalización lleva a este país a tener que elegir y optar por caminos; que todo parece indicar que ha optado por una barbarie capitalista sin el menor impulso civilizatorio;  que el presente muestra un panorama sombrío y pesimista. A quienes esto me argumenten, les tengo que dar parcialmente la razón; y desearé que estén equivocados y soñaré con la fantástica singularidad brasileña y sus utopías tropicales. Yo espero sinceramente que este momento de dolor y sombras que atraviesa el país sea apenas una etapa más. Que vuelva pronto el país del futuro;  el país sin memoria y del eterno presente; el país  del éxtasis, de la Virgen María, de los Orixás y de la reencarnación.

En estas horas de oscuridad, de aparente zozobra,  me permitirán los lectores, que  invoque y recuerde,  con gran intensidad de sensaciones, uno de los tantos atardeceres que presencié en la playa del Porto da Barra, en Salvador, capital de Bahía. Me permitirán los lectores, sentarme en ese muro de piedra, observar la pequeña playa, llena de gente, sentirme uno más entre una multitud y recibir en la cara ese sol tierno y anaranjado, lleno de energía. Me permitirán ustedes, a pesar de estar en el final de este ensayo, que escuche,  suave, otra canción que es una síntesis de la cultura brasileña. Una canción también de los años setenta, de un gran músico, cantante e intelectual, esencialmente brasileño y bahiano, un monstruo llamado Caetano Veloso. Una canción llamada Odara. Dicen que la palabra tiene un origen hindú, que significa paz y tranquilidad, dicen también que es un tipo de Exu, dicen que… Ya no importa. Ahora apenas escucho, siento, odara, mientras veo el atardecer. Odara.

Deixa eu dançar pro meu corpo ficar odara, / minha cara mina cuca fica odara, / deixa eu cantar que é pro mundo ficar odara, / pra ficar tudo joia rara, / qualquer coisa que se sonhara, / canto e danço que Dara

 

 

Texto cedido pelo autor para a Alterjor. Publicado originalmente na Revista Extramuros, disponível em: https://extramurosrevista.org/inconstancia-y-metamorfosis-brasilena/